Wednesday, October 22, 2008

Sin tetas no hay paraíso


«El hombre que tenía cara de asesino en serie, mirada de loco, cejas pobladas, pómulos salidos, quijada pronunciada y gafas de marco negro y grueso, le dijo que tenía dos minutos para demostrarle por qué no se tenía que marchar.
Pero Vanessa sólo le bastó un minuto para demostrarle que ella era la mejor. Al final, el anónimo personaje que vestía de luto quedó tan satisfecho con la versatilidad y la imaginación de la mujercita, que decidió, de todas maneras, pagarle el doble por sus servicios. Sencillo, por cumplir con la tarifa doble por haberlo llevado a las estrellas. Le pidió también que se convirtiera en su concubina, pero Vanessa, imaginando que la vida al lado de un depravado como él no iba a ser fácil, lo sacó de taquito con un argumento muy inteligente. Le dijo que no podía hacer eso porque ella tenía que ser muy honesta con él y le debía confesar el motivo de su renuncia a hacerlo sin condón. Él le preguntó el porqué y Vanessa no tuvo reparos en inventarle que ella estaba infectada con el virus del VIH, que no le quería hacer daño a nadie y que por eso le exigía a todos sus clientes usar el condón.
El extraño personaje soltó una carcajada y la empujó con cariño para luego decirle que no se preocupara, que no había problema alguno en que vivieran juntos puesto que él también tenía sida. (…)
Que ya una docena de prostitutas y otra docena de jovencitos de la ciudad estaban contagiados por él y que su meta era llegar a las cincuenta víctimas antes de morir
».

Fuente: Moreno, Gustavo, Sin tetas no hay paraíso, Grijalbo, p. 111.


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